Il metodo.
- Silvia Cataudella
- 15 jun 2023
- 2 Min. de lectura
Al principio, una imagen se forma en mi mente de manera cada vez más definida, casi implorando ser transferida a un soporte más tangible y duradero. Esta imagen se concreta en un boceto, dibujado rigurosamente en blanco y negro y en las proporciones que tomará en su forma final en papel, tabla o lienzo.
El color, aunque aún invisible materialmente, ya está decidido y anotado en los espacios en blanco, al menos en líneas generales. Luego, transfiero el dibujo al soporte, que he preparado adecuadamente con una imprimación o base.
Es con la aplicación del color que mis creaciones cobran vida de manera seria, tanto así que a veces me guían en una dirección muy diferente a la originalmente intuida. Los rostros son los primeros en materializarse, y su expresión define el tono emocional de la obra, pudiendo incluso llevarme a cambiar de estilo o elegir nuevas tonalidades cromáticas. Sin embargo, si tengo dudas sobre un detalle específico de la pintura, prefiero comenzar a aplicar el color allí mismo, para aclarar mis ideas, eliminar la indecisión y avanzar rápidamente hacia la conclusión de la obra.
Cuando encuentro la inspiración correcta, me convierto en un torbellino imparable. Detesto dejar mis trabajos sin terminar durante días, ya que con el paso del tiempo siento desagradablemente cómo la emoción inicial se atenúa y la visión pierde eficacia. Incluso me salto comidas para no interrumpir el flujo creativo antes de completar la obra.
Sin embargo, con el tiempo se crece y se cambia. Para mis trabajos más recientes, he preferido tomar más tiempo para reflexionar sobre las decisiones tomadas y lograr un estilo más maduro y menos instintivo. Estoy sumamente satisfecha de haber logrado este "giro" sin comprometer o alterar la impronta emocional inicial.

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